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Lee cómo comienza: "EL MAÑANA DE AYER SOMBRA"


(Château de Morlanne)



El Mañana de Ayer Sombra


Tres de la mañana, Juliette despertó sobresaltada, su respiración dificultosa y agitada indicaba que acababa de tener un mal sueño. No recordaba nada de él, pero por la reacción de su cuerpo debía de haber sido horrible, pues su corazón palpitaba con ansias por salir de su pecho y una sensación de asfixia la inundaba.

En la oscuridad de su habitación, sólo iluminada por un tenue haz de luz de luna  filtrada por las rendijas de la persiana, Juliette trató de tranquilizarse y volver a conciliar el sueño. Tomó aire lo más lentamente que pudo y lo expulsó de igual forma, intentando disminuir sus pulsaciones y conseguir relajarse. Repitió el ejercicio hasta que logró tranquilizarse, entonces se dio media vuelta y, tras un largo rato de pensamientos incontrolados, volvió a quedarse dormida.

A las siete treinta de la mañana, comenzó a sonar una hermosa melodía en la oscuridad de la habitación: “remember the promise you made”, llegaba a sus oídos, alejándola del mundo de los sueños. Era el móvil de Juliette, indicándole que era hora de levantarse para ir al trabajo. Aún tenía ganas de seguir durmiendo, pero le encantaba su trabajo y por eso, el sueño no fue ningún obstáculo para ella, apagó el móvil y se levantó rápidamente.

Después de una breve visita al baño, se vistió y bajó a la cocina, donde llenó el cuenco de comida para su gato y se preparó un par de tostadas con un buen vaso de Cola Cao. Le encantaba el sabor de ese exquisito cacao, al que se había aficionado durante unas vacaciones en España, de modo que, cada vez que se acababan sus reservas, cruzaba la frontera y compraba lo suficiente como para poder desayunar durante varios meses. Después de lavarse los dientes, en el aseo del piso de abajo, se dispuso a marcharse al trabajo. Cogió su abrigo negro, del perchero de la entrada, para mitigar el frío de la mañana y se colocó, alrededor del cuello, una bufanda de lana blanca para protegerla de las bajas temperaturas. Por último, se ajustó su gorro, de color lila, asegurándose de que sus orejas estuvieran bien protegidas. No había hecho más que comenzar el mes de Enero y, a pesar de ser un invierno bastante suave, el frío matinal se dejaba sentir intensamente cada mañana, por eso, antes de salir, buscó en su bolso una barrita de protector labial. Se aplicó un poco para evitar que el aire gélido de la mañana le agrietase los labios, se ajustó el abrigo y, justo cuando iba a salir de casa con su bicicleta, se dio cuenta de que olvidaba una pieza importante de su vestuario. Había dejado sus guantes negros sobre la cama, así que se dio la vuelta y subió corriendo, cogió los guantes, se los puso mientras bajaba las escaleras y se marchó al trabajo.

Trabajaba como bióloga analista en el hospital público de Orthez, una pequeña ciudad situada en el sur de Francia, junto a los Pirineos. El hospital quedaba demasiado lejos de su casa como para ir andando y demasiado cerca para coger el coche, por lo que cada mañana montada en su bicicleta de montaña recorría los escasos kilómetros que separaban el hospital de su casa en Sainte Suzanne. Tras escasos veinte minutos de marcha, en los que su piel blanca tomó un bonito color sonrosado debido al aire frío en su rostro, llegó al aparcamiento del hospital, dejó su bicicleta en su lugar habitual, un estacionamiento junto a un pequeño árbol, y se dirigió a la entrada. Al pasar el umbral de la puerta saludó a Marie, la chica de admisión, y se dirigió directamente al laboratorio, donde la esperaba un buen volumen de trabajo. Guardó los guantes en el bolso y lo colgó junto al abrigo, la bufanda y el gorro en el perchero del vestuario. Se puso su bata blanca y comenzó a clasificar las muestras según el tipo de análisis que cada una de ellas precisaba. Pasó la mañana entre muestras de sangre, placas de petri y un sin fin de artilugios, todos ellos necesarios para poder desempeñar su trabajo.

Juliette era una chica lista y con muchas buenas ideas, había nacido para la investigación e intentaba hacer realidad todo aquello que pasaba por su cabeza. Siempre estaba dispuesta a encontrar soluciones a los problemas a través de la ciencia y, ahora, en su trabajo tenía la oportunidad de poner en práctica sus ideas. Por eso, tras cada jornada laboral, dedicaba unas horas a realizar un estudio en particular, con el que esperaba ayudar a los enfermos, sin sospechar que ese proyecto, que inconscientemente la tenía inmersa desde hacía años, tenía más que ver con ella misma que con los enfermos.

Ese mismo día, al salir del trabajo fue a encontrarse con su novio. Habían quedado para comer y, aunque no le apetecía mucho la idea, acudió con la esperanza de comprobar, si tal vez, podía producirse un nuevo encuentro que la pudiera transportar a los inicios de su relación, en la cual, el amor, ahora casi en el olvido, rezumaba por cada poro de su piel.

   -Hola Laurent –saludó al encontrarse con él.

   -Hola, no esperaba que fueras tan puntual, es algo raro en ti, pero me alegra que lo hayas hecho.

   -Bueno, hoy he…

   -¿Nos sentamos? –La interrumpió él.

   -Sí, claro, sentémonos. ¡En aquella mesa del fondo! -Indicó Juliette-. Tendremos más intimidad.

   -Muy bien, ¡vamos!

Una vez acomodados en la mesa elegida, situada junto a una amplia cristalera, a través de la cual se veía a la gente pasar, y lo más alejados de miradas y oídos indiscretos, Juliette empezó a hablar de nuevo:

   -…como te decía, he salido antes del trabajo. Mi jefe se ha marchado pronto y me he podido escapar antes de lo previsto.

   -Escucha Juliette, siento mucho…

   -Buenas tardes. –Interrumpió el camarero-. ¿Qué van a tomar lo señores?

   -Una Coca Cola –dijo Laurent, escueto.

   -¿Y la señorita? –Preguntó el camarero.

   -Lo mismo, gracias. Pero, en mi caso, que sea Light, por favor.

   -Muy bien, en seguida se las traigo.

El camarero dejó la carta del menú, una para cada uno. Ambos cogieron la suya y empezaron a ojearla como si fuera difícil decidirse, alargando así el inicio de la conversación que les había llevado hasta aquel restaurante.

  Al cabo de un par de minutos, el camarero volvió con las Coca Colas y les  preguntó:

   -¿Han decidido ya?

   -No, aún no, gracias –lo despidió Juliette cortésmente.

En cuanto el camarero volvió a sus quehaceres Laurent continuó:

   -Siento mucho que las cosas hayan llegado hasta este punto y me gustaría arreglarlo, lo he estado pensando mucho y creo que merecemos otra oportunidad.

   -Yo también quisiera que las cosas cambiaran, que volviéramos a ser los de antes, pero lo veo difícil. Sé que ambos somos culpables, pero me gustaría que tu comportamiento hacia mi fuera otro. Siento que para ti no soy importante y que les prestas más atención a tus amigos que a mí y, la verdad,  esa actitud tuya no me gusta nada, no la soporto.

   -No sabía que te sentías así. Sí, es cierto que me gusta que mis amigos vean la novia tan estupenda que tengo y no veo que hay de malo en ello. Deberías estar contenta de que me sienta orgulloso de ti. Eres una chica excelente, inteligente, guapa, con un cuerpo que muchas envidian y sabes ser muy cariñosa cuando quieres, así que no veo por qué te molesta tanto.

   -El problema es que me haces sentir como un mueble. Es como si para ti sólo fuera un adorno que te gusta exhibir delante de tus amigos.

   -Eso no es verdad y lo sabes.

   -Sí que lo es. Cuando estamos con tus amigos no me prestas atención. Te dedicas toda la velada a hacer que tus amigos se sientan bien, sé que es algo lógico, pero tu comportamiento me parece demasiado excesivo. Es como si trataras de conseguir su aprobación para todo. Actúas como un pelele y me arrastras a mí hacia la misma situación.  No me gusta sentir que soy la novia de un chico, con sentimiento de inferioridad, que me deja de lado para ser aceptado por su grupo de amigos.

   -Me dejas de piedra, ¿de verdad piensas eso de mí?

   -Sí, pero aún hay más…

   -¡¿Más?! ¿No te parece suficiente pensar que yo, tu novio, soy un pelele que se siente inferior a los demás? Creo que es demasiado que digas eso, no soy ningún pelele, ni tengo sentimiento de inferioridad, sólo me gusta hacer que mis amigos se sientan bien y disfruten de nuestra compañía.

   -Ya te digo que no es sólo eso. No sé si te has dado cuenta, pero nuestra relación es igual a la de una pareja que lleva veinte años casada. Ya no hay emoción y el deseo es escaso, por no decir nulo. Nunca me sorprendes con nada nuevo, siento que no me escuchas cuando te hablo, que no te interesa lo que digo o lo que siento. En fin, que lo nuestro se ha convertido en una relación monótona, viciada, y lo triste es que sólo llevamos unos pocos años, ¿qué pasará si seguimos así unos años más?

   -Todo va a cambiar. Lo he estado pensando y sólo tienes que hacer lo que yo te diga. Verás cómo lo solucionamos, confía en mí, sé lo que tenemos que hacer.

   -¡Ves lo que te digo! ¡Nunca me escuchas! Te estoy diciendo que necesito sentir emoción, esa sensación, ya casi olvidada, que sentía cuando esperaba que vinieras a recogerme. Ese hormigueo en el estómago que hacía que las piernas me temblaran. Ese nudo que no me dejaba comer nada y que me hacía sentir saciada aún sin haber probado bocado. Te estoy diciendo que ya no siento que te amo y me da pena y rabia, al mismo tiempo, pues pasamos unos años muy hermosos que no quisiera que terminaran así, pero dudo mucho que puedan ser resucitados.

   -¿Y qué propones que hagamos? Yo te quiero y quiero seguir contigo, es cierto lo que dices, yo también he notado que ya no siento lo mismo que antes. No es que no te quiera, que te quiero y mucho, pero sí que ya no siento lo mismo que al principio. Supongo que es algo normal, algo que les pasa a todas las parejas en algún momento de sus vidas, pero estoy seguro de que lo superaremos. Te escucho, dime, ¿qué crees que debemos hacer para recuperar nuestra vida juntos?

   -No estoy segura. Tal vez, si dejáramos pasar un tiempo sin vernos, puede que la distancia pudiera despertar de nuevo los sentimientos ya olvidados.

   -No quiero dejar de verte. Lo eres todo para mí y no sé si seré capaz de soportar no verte durante un tiempo.

   -Lo cierto es que yo sin ti me siento perdida, necesito saber que estás ahí, que puedo acudir a ti cuando lo necesite, pero en estos momentos siento que me ahogas. No puedo seguir tu ritmo sin saber si realmente te quiero, no puedo estar contigo si ya no siento deseo. Compréndelo, necesito aclarar mis ideas, ver qué es realmente lo que necesito y quiero. Estoy dispuesta a sentirme perdida al no tenerte cerca, pero tengo la esperanza de ser fuerte. Quiero descubrir si he estado todos estos años contigo porque me sentía desvalida, y necesitaba tu auxilio, o porque realmente te quería.

   -Está bien, como quieras. Acepto tu decisión, pero, por favor, llámame cuando averigües lo que quieres, lo que deseas o necesitas, cuando realmente sepas si quieres que siga formando parte de tu vida. No puedo esperarte siempre. Si tú no quieres seguir conmigo, no me quedará más remedio que buscar a otra que sí quiera que construyamos una vida juntos.

   -Te rindes en seguida. Sólo te estoy pidiendo tiempo. Un tiempo sin ti, para recapacitar, para despertar el amor si es que está dormido, y tú ya me estás dando prisa, porque aunque no me lo digas directamente, lo siento en tus palabras, suenan a eso, a tener prisa. “Decídete o me busco a otra” –imitó el tono de voz y los gestos de Laurent-. No te debo importar tanto como dices porque de lo contrario no hubieras usado esas palabras.

   -No… -titubeó- no es eso lo que quería decirte, perdona.

   -Lo siento, no veo que esto vaya a buen puerto, ni ahora ni dentro de un tiempo. Se acabó. Y no lo dejo yo, lo acabas de dejar tú, al dejarme bien claro que no estás dispuesto a esperarme el tiempo que necesite. Adiós. -Juliette se levantó de la mesa y salió corriendo por la puerta. Tenía lágrimas en los ojos, pero no sabía si eran de felicidad por haber dejado una relación hacía tiempo acabada o de tristeza porque no estaba segura de si aún lo amaba.

   -Pero… ¡Juliette! ¡Juliette…! -Gritó Laurent, mientras la veía salir del restaurante haciendo caso omiso a su llamada.



Cuando llegó a casa dejó sus cosas en el perchero de la entrada y se fue derecha a la nevera. Cogió un bizcocho de chocolate, que ella misma había hecho el día anterior, y se puso a comérselo delante de la tele del salón, aunque sin prestar atención a las imágenes de la pantalla. Poco después, el teléfono inalámbrico empezó a sonar, alzó la vista para comprobar quien era y, al reconocer el número de Laurent en el aparato, desconectó el cable del teléfono. Dos minutos más tarde, se oyó la música de su móvil. Ni siquiera le hizo falta ir a por el teléfono, reconoció de inmediato el sonido que utilizaba para identificar las llamadas de Laurent. Subió el volumen del televisor e intentó ignorarlo, pero le sirvió de poco, su móvil no dejada de sonar, Laurent estaba llamando insistentemente. Se levantó, bastante enfadada, y se fue a apagar el teléfono que se había dejado olvidado en el bolso. Cuando se hubo acabado todo el bizcocho, se sintió hinchada y con sensación de acidez en el estómago. Sabía que no debía abusar de los dulces, pero cuando se sentía frustrada era lo único que conseguía disminuir un poco su angustia. Se levantó del sofá y se marchó al baño en busca del botiquín, que tenía junto al espejo. Se metió una cápsula, para la acidez, en la boca y tomó un buche de agua en el grifo del lavabo.

Pasó la tarde viendo la tele y escuchando música en el salón. Sobre las diez de la noche el sonido de los truenos llamó su atención. De niña, le aterrorizaba aquel espantoso estruendo. Solía salir corriendo de su habitación muerta de miedo y se metía, seguida de su prima Emilie, en la cama de sus tíos. Una noche, su tía Brigitte, al verlas llegar a su cama, se levantó y las acercó a la ventana.

   -Mirad el cielo –dijo mientras las abrazaba-. ¿Veis cómo se ilumina con el resplandor de los rayos?

   -Sí. –Respondieron las niñas asustadas.

   -No debéis tenerle miedo. Os gustan los fuegos artificiales, ¿verdad?

Las niñas asintieron con la cabeza.

   -Pues, debéis saber que, los rayos son los fuegos artificiales del cielo y los truenos son los tambores que tocan los ángeles para celebrar la lluvia en la tierra. Os contaré una historia que sucedió hace mucho, mucho tiempo. Colocó una silla frente a la ventana y sentó a las niñas sobre sus rodillas mientras veían caer la lluvia a través del cristal. Cuenta la leyenda –comenzó la historia- que una gran sequía asoló la tierra. No había agua en los ríos y los peces se morían de sed, tampoco había agua en los lagos ni en el mar. Hacía mucho que no llovía, las plantas se marchitaban y las flores se secaban. La gente no sabía qué hacer, no tenían agua para bañarse, ni para lavar la ropa y apenas había agua para cocinar o beber. Los hombres se esforzaban en encontrar agua. Cavaban en la tierra, haciendo pozos en los que muy pocas veces encontraban algo de agua. Un día el Rey de una gran ciudad, cercana al polo Norte, dónde el hielo hacía ya mucho que había desaparecido, dijo a sus súbditos:

   -Juro por Dios, que mi hija más bella se casará con el hombre que haga que el agua vuelva a correr por los ríos, que el mar se llene de nuevo y la lluvia caiga otra vez en la tierra.

Durante días, la promesa del Rey corrió de pueblo en pueblo y pronto se supo en todo el mundo. Muchos príncipes acudieron al Rey para solicitar casarse con la hermosa princesa, pero ninguno de ellos consiguió que el agua volviera a la tierra. Había un chico joven en la aldea, que había bajando la colina en la que se erigía el castillo, que llevaba años enamorado de la joven princesa. La princesa también amaba en secreto al muchacho, al que conoció una tarde en la que salió a hurtadillas del castillo. Quería conocer lo que pasaba fuera de las puertas de la muralla y, la joven, disfrazada de campesina, salió sin permiso de su padre. Al caer el mediodía, la princesa deambulaba perdida por las calles desiertas de la ciudad, intentando encontrar el camino de vuelta a casa. Bajo un sol abrasador, y empapada de sudor hasta los huesos, la princesa, casi deshidratada, estaba a punto de desmayarse por la falta de agua, cuando un muchacho salió de su refugio y la cogió en brazos antes de que cayera al suelo sin conocimiento. Cuando la joven despertó se encontró en el interior de la casa del muchacho, rodeada por el padre y los hermanos del joven que le ofrecieron comida y agua. La princesa, agradecida y sin confesarle quién era en realidad, prometió devolverle el favor y al día siguiente apareció, por la casa del chico, con una gran cesta de frutas y verduras. A partir de entonces, y durante varios meses, la princesa se disfrazaba y se escapaba del castillo para estar con el muchacho. Un día, en el que el joven campesino acompañó a su padre al castillo, para hacer una ofrenda al Rey, reconoció a su amiga la campesina bajo las elegantes ropas de la princesa. Desde aquel día, el muchacho intentó no volver a ver más a la princesa, sabía que si llegaba a oídos del Rey, que un campesino andaba con ella, sería ahorcado o encerrado en las mazmorras del castillo para siempre. Pero, a pesar del peligro que corría, no pudo dejar de ver a la princesa, el amor que por ella sentía era muy superior al miedo que le infundía el Rey. Estuvieron años viéndose a escondidas. Incluso, planearon fugarse, pero nunca lo hicieron, porque el muchacho no quería que la princesa cambiara la elegante vida del castillo por la vida de una proscrita campesina.

El día que el Rey anunció que quién hiciera que el agua volviera se casaría con la princesa, el muchacho, sin decirle nada a ella, emprendió un largo viaje para intentar encontrar cómo hacer que volviera el agua. Buscó por muchos pueblos y ciudades y habló con muchos hombres de diferentes razas y culturas, hasta que un día encontró a un hombre sabio que le dijo:

   -La razón sólo la sabe Dios, pues es él, el creador de las estrellas, del agua y de la tierra. Sólo él sabe por qué no ha vuelto el agua.

   -¿Y dónde puedo encontrar a Dios para preguntarle? –Quiso saber el muchacho.

   -Dios está en todas partes –respondió el sabio- y hay diferentes formas de hablar con Dios, pero hay un gran problema.

   -¿Cuál? –Preguntó el joven.

   -El hombre no sabe cómo oír la voz de Dios, pues el sonido de su voz no puede escucharse con los oídos.

   -Pero, si no puedo oírle, ¿cómo sabré lo que me dice?

   -Tendrás que escuchar con el corazón.

Las palabras de aquel hombre sabio confundieron al muchacho y a pesar de no saber cómo haría para oírlo, decidió buscar a Dios para hablar con él. Pensó que si el hombre no podía oír a Dios quizás fuera porque su voz se perdía al recorrer la enorme distancia que hay del cielo a la tierra, así que buscó la montaña más alta del mundo y subió a ella. Cuando llegó a la cima gritó:

   -¡Ayúdame, señor Dios! ¡La tierra se muere de sed, las plantas se mueren de sed, los animales se mueren de sed y los hombres nos morimos de sed! ¡Dime cómo hacer que el agua vuelva a la tierra, para que todos los seres que habitamos en ella podamos saciar nuestra sed!

Pero no consiguió oír la respuesta. Repitió una y otra vez su petición, pero siguió sin escuchar nada. Cuando estaba a punto de rendirse, recordó las palabras del hombre sabio: “Tendrás que escuchar con el corazón”. Pero el muchacho no sabía cómo hacer eso. No sabía cómo el corazón, que no tiene oídos, podía oír a Dios. Pensó y pensó en la cima de la montaña, hasta que por fin se le ocurrió algo. Creyó que si pensaba en todo aquello que amaba su corazón quizás pudiera oír a Dios, así que lo intentó. Pensó en la joven princesa, a la que amaba con locura. Pensó en su padre y en su madre, a la que no conoció porque murió cuando él vino al mundo, pero a la que quería como si hubiera estado con ella todos los días de su vida. Pensó en sus hermanos y hermanas, en las plantas que tenía en el huerto, a las que les gustaba regar con el agua. Pensó en los animales que daba de beber cada día y que ahora se morían de sed. Pensó en sus amigos y amigas. Pensó en toda la gente que había conocido en el camino y que de alguna forma le habían ayudado en su viaje dándole una pequeña cantidad de su agua y su comida, para que él pudiera tener éxito. Y cuando terminó de pensar oyó una voz en su interior:

   -¿Puedes oírme ahora? –Dijo la voz

   -Sí, te oigo –respondió el muchacho esperanzado-. ¿Eres Dios?

   -Sí, soy Yo. Te he estado observando y he comprobado el gran esfuerzo que has realizado para encontrarme.

Las niñas escuchaban con atención, ajenas al ruido, y a los relámpagos que bajo la lluvia nocturna caían desde el cielo, mientras Brigitte proseguía con su relato.

   -Dios, ¿a dónde ha ido todo el agua?

   -El agua regresó a su lugar de origen, a los cielos, de dónde bajó el día que creé la tierra.

   -Pero, ¿por qué nos has quitado el agua? La necesitamos para vivir.

   -El hombre ya no es el que era. Se ha convertido en un ser malvado, que roba y mata a sus semejantes falsamente bajo mi nombre. Destruye el paraíso que le regalé para que viviera en él. Arrasando con sus manos, por avaricia y egoísmo, las plantas, los árboles y los animales que creé para su sustento y disfrute.

   -¿Es por eso que nos has castigado quitándonos el agua?

   -Yo no he castigado a nadie, sólo he llamado la atención del hombre. Para que mire a su alrededor y vea la imposibilidad de vivir sin el más simple de los elementos. Pero no es el agua lo que quiero que el hombre valore, sino todo lo que hay en la tierra. Quiero que aprenda a amar todo lo que hay sobre la faz de vuestro planeta, al igual que ahora valora cada gota de agua al no poseerla. El agua sólo es un ejemplo, de que todo tiene su valor y de que nada debe ser despreciado por su abundancia o por la imposibilidad de la mente humana para entender cuál es su auténtico valor, ya sea un mineral, un vegetal, un animal o un humano.

   -Entonces, ¿no nos devolverás el agua? –Preguntó temeroso el muchacho.

   -Tú has demostrado lo que eres capaz de hacer por amor y por tu esfuerzo voy a devolverle al mundo su preciado elemento. Volverás a tu hogar y el agua regresara allí dónde antes hubo, pero para que eso suceda tendrás que llevar el siguiente mensaje a todos los pueblos de la tierra: el día veintiuno de diciembre de dentro de dos años, habrá luna llena y cada hombre, mujer y niño debe salir a contemplarla mientras hace una búsqueda interior en su corazón. Tendrán que buscar todo el odio que tengan en su interior y cambiarlo por amor.

   -Pero, ¿cómo se hace eso? –Quiso saber el muchacho con miedo de que la gente no fuera capaz de realizar semejante empresa.

   -Igual que has hecho tú, anteponiendo el amor que sientes por todos y todo lo que te rodea hasta que ese amor eclipse el odio de sus corazones. Cuando el amor resurja en sus corazones el cielo se cubrirá de nubes, ocultando la luna, y entonces veréis mis fuegos artificiales y oiréis el sonido de mis tambores, celebrando la vuelta al mundo del amor perdido en vuestros corazones, mientras recibís una, maravillosa y abundante, lluvia de regalos.

   -Pero, Señor, ¿no se acabará el agua del mundo antes de que llegue ese día, apenas podemos encontrarla bajo la tierra?

   -No, el agua, aunque escasa, podrá seguir siendo encontrada para garantizar la supervivencia de la gente hasta esa fecha.

   -Señor. La tierra es muy grande, no me dará tiempo de volver a casa antes de esa fecha, por lo que alguien que haya escuchado vuestro mensaje, en cualquier otra parte, puede usurpar mi puesto y casarse con la princesa.

   -Tienes razón, el mundo es grande y es posible que ocurra lo que temes. Tienes dos opciones: cumplir la tarea que te encomiendo o volver a casa y seguir con tu princesa.

   -Pero, si vuelvo a casa y hacemos lo que has dicho la noche del veintiuno de diciembre, ¿el agua volverá?

   -No, para que el agua vuelva a la tierra tendrás que llevar el mensaje por todo el mundo. Piénsalo un momento, decide por ti mismo lo que deseas.

   -No tengo nada que pensar. Haré lo que me pides aunque no llegue a tiempo.

   -Sabia decisión. Posees un gran corazón. Y con tu decisión acabas de demostrar todo el amor que eres capaz de dar a los demás, al sacrificar lo más importante para ti en la vida a cambio de un bien mayor para el resto del mundo. No veo rencor ni odio alguno en tu interior y por eso voy a hacerte el mayor de los regalos: tendrás a tu princesa y te casarás con ella. Ve tranquilo a proclamar por el mundo nuestra empresa, que yo velaré porque la noticia no llegue a tu pueblo antes de que tu Rey la oiga de tus propios labios.

   -Gracias, Señor –agradeció el muchacho.

El joven campesino dio la vuelta al mundo proclamando el mensaje recibido de Dios, durante casi dos años, y justo el día antes de que se cumpliera el plazo llegó a su ciudad. Encontró las calles vacías, el terreno seco y polvoriento. Ni un alma osaba permanecer en las calles bajo la luz del día, para evitar así la pérdida de agua en sus cuerpos. Recorrió en completa soledad el camino hasta el castillo. Llamó a la puerta y nadie apareció. Volvió a insistir, una y otra vez, hasta que al fin un soldado salió a su encuentro.

   -¿Qué buscas aquí? ¿No sabes que está prohibido salir durante el día?

   -No, no lo sabía. Estoy buscando al Rey.

   -¿Para qué? –Preguntó el soldado.

   -Traigo la solución al problema del agua.

   -Márchate, el Rey está harto de oír mentiras y bobadas. Que si tirar cohetes, que si danzar alrededor del fuego mientras se recitan palabras impronunciables, que si sacrificios a la luz de la luna. Basta ya. Estamos cansados de tanto farsante.

   -No soy ningún farsante, ¿no has oído hablar de mí? Soy el que lleva el mensaje de Dios por el mundo.

   -Otro loco más –respondió el soldado.

   -¡No estoy loco, es cierto! Tengo la solución y debo decírsela al Rey ahora mismo. Mañana será tarde.

   -Vale, vale, ya va –accedió con desgana el soldado.

En cuanto el soldado abrió las puertas del castillo, el muchacho salió corriendo hacia el lugar en el que recordaba haber visto al Rey, cuando acudió a él acompañando a su padre.

   -¡Espera, no corras! ¡Debo anunciarte! –Gritó el soldado, incapaz de seguir su ritmo por la falta de agua.

   -No te preocupes, conozco el camino –respondió el joven, sin dejar de correr.

Al llegar al gran salón real, encontró al Rey sentado en su sillón con la cabeza baja y la mirada perdida.

   -Disculpe majestad –dijo el muchacho, pero el Rey no le oyó-. ¿Majestad? ¿Majestad? –Repitió hasta estar casi a su lado.

   -Sí, ¿quién eres? –Preguntó el Rey aturdido.

   -Sólo uno de sus siervos –contestó el chico.

   -Y dime, ¿qué quieres?

   -Sé que hay que hacer para que el agua vuelva.

   -¿En serio? –Se rió del chico.

   -Sí, majestad.

   -Déjame que lo dude, muchacho –contestó el Rey con desánimo.

   -De verdad que lo sé. He hecho un largo viaje por todo el mundo y he encontrado la solución al problema.

   -Te escucho –dijo el Rey con poco interés.

   -Verá, su majestad…

El muchacho le contó al Rey todo lo que había sucedido y a la noche siguiente, bajo la luna llena todo el pueblo salió de sus casas. Durante varias horas la gente permaneció mirando al cielo en silencio mientras hacían lo que les había dicho el joven campesino. De repente, el cielo empezó a cubrirse de nubes, los fuegos artificiales celestiales empezaron a surcar el firmamento y los tambores de los ángeles tocaron su canción mientras, el regalo prometido comenzaba a bajar a la tierra en forma de gotas de lluvia. El Rey y sus aldeanos no podían salir de su asombro, por fin la lluvia había vuelto al mundo y, en sus corazones, el amor había vencido en su lucha contra el miedo, el egoísmo y la ira.

A la mañana siguiente se celebró la boda, a la que todo el pueblo estuvo invitado, y el campesino y la princesa vivieron felices en el castillo el resto de sus vidas.



   -¿Y qué es el viento? –Preguntó la joven Juliette a su tía, al ver cómo se movían las copas de los árboles.

   -El viento es el aire que sale del silbido de Dios cuando está contento y su rumor te dice, en un susurro, que nunca olvides este cuento.



Recordando la historia que su tía, Brigitte, les había contado, a unas niñas asustadas, para que superaran sus miedos, Juliette observaba, con añoranza, como se iluminaba el cielo, con la luz resplandeciente de los rayos, a través de la puerta de cristal que daba acceso al jardín.



Durante las semanas siguientes, Laurent intentó ponerse en contacto con Juliette, pero ella no quiso volver a verle y cada vez que él la llamaba apagaba el móvil o desconectaba el teléfono. Incluso, fue a buscarla a casa, pero ella no le abrió la puerta y cuando apareció por el trabajo se las arregló para darle esquinazo. Ni siquiera las flores que le envió sirvieron para que Juliette cambiara de opinión y volviera con él. Había terminado asqueada de su relación y no quería volver a encontrarse en la misma situación.





Una noche, Juliette despertó aterrorizada, el sudor bañaba su frente y el resto de su cuerpo. Estaba empapada. Su corazón parecía un caballo desbocado y el aire luchaba por entrar y salir de sus pulmones, debido a que la velocidad de su respiración dificultaba el vital intercambio de oxígeno entre sus pulmones y su sangre. Esta vez lo recordaba todo. Sólo había sido un sueño, aunque un sueño muy real, tan real como aquella fatal noche de su infancia. Se sorprendió a sí misma reviviendo en sueños su escalofriante pasado.

No tenía más de tres añitos, era de noche, se encontraba durmiendo en su cama, bien calentita a pesar de ser una noche fría de invierno. Su madre cada noche se esmeraba en arroparla para que el frío no llegara hasta su pequeño cuerpo y al igual que las noches anteriores, su madre había hecho un buen trabajo, pues se sentía cálida y protegida bajo aquellas mantas bien ajustadas.

Un súbito grito la despertó, era el de su madre. La pequeña se asustó, tenía tal miedo a la oscuridad que no se movió de la cama. Tras el grito todo fue silencio y, de repente, la puerta de su cuarto chirrió al tiempo que se abría. Pensó que era su madre, que venía a ver como se encontraba, e intentó incorporarse levemente para verla, pero no pudo hacerlo, pues, en su lugar, apareció un hombre lánguido y desgarbado que, al descubrir su presencia bajo las mantas, comenzó a acercarse sigilosamente hacia ella.

La habitación estaba a oscuras, pero la ligera penumbra existente le fue suficiente para ver la palidez del rostro de aquel hombre. Sintió miedo, mucho miedo y casi se desmaya cuando aquel sujeto se acercó y abrió la boca, revelando unos colmillos largos y afilados que se acercaban hacia ella. La pequeña chilló, su grito ensordecedor obligó al intruso a dar un paso atrás. Estaba desconcertado y casi paralizado por la inesperada sorpresa, era imposible que aquel sonido tan fuerte hubiera podido salir de una niña tan pequeña.

El estruendo llamó la atención de un segundo intruso, que entró de súbito en la habitación y, dejando estupefacto a su compañero, lo empujó fuertemente contra la pared, impidiendo que hiriera a la pequeña.

El encuentro con aquellos dos hombres la había dejado en shock y durante un tiempo permaneció totalmente abstraída de la realidad, no respondía a nada, se limitaba a mirar al infinito, como si su mente estuviera en otro lugar, en otro mundo. Estuvo meses así y cuando por fin  recuperó la conciencia, no recordaba nada de lo sucedido, le dijeron que sus padres nunca más volverían, que se encontraba con su tía Brigitte y que ahora, la tía Brigitte, se ocuparía de ella.

Nunca le dijeron lo ocurrido realmente, pero ahora sabía algo de lo que pasó aquella noche, el sueño se lo acababa de mostrar y, aunque no solía tomar en serio sus pesadillas, sentía una ineludible certeza en su interior de que, lo vivido en el sueño, era un fragmento de lo que realmente sucedió la noche de la muerte de sus padres. Aquel sueño revelador había hurgado dentro de su mente, sacando, desde el inconsciente más profundo, un pasado enterrado en el olvido. De repente, la historia sobre el asesinato de su madre a manos de su padre y el posterior suicidio de éste, no le valía como explicación de lo ocurrido. Ahora sabía que aquella noche había alguien más en la casa. Cogió el móvil y llamó a su tío Edouard.

   -¡¿Quién es?! –Preguntó Edouard, somnoliento y alterado, al descolgar el teléfono.

   -Soy Juliette.

   -¡¿Ocurre algo?! –Se incorporó en la cama preocupado.

   -No, nada. Sólo quería hablar contigo.

   -Pero… ¿sabes qué hora es, Julie? –Se dejó caer sobre la almohada.

   -Sí, son casi las seis de la mañana.

   -¿Qué te pasa, Julie? –Preguntó molesto.

   -He tenido un sueño sobre la muerte de mis padres –oyó suspirar a su tío.

   -Julie, sólo ha sido una pesadilla. No pasa nada. Anda, vete a la cama.

   -Ha sido más que eso, estoy segura de que era un recuerdo de lo que pasó aquella noche.

   -Julie, es demasiado temprano para esto. En una hora tengo que levantarme para ir a la refinería y aún tengo mucho sueño. ¿No puedes esperar a que sea de día para hablar de todo esto? Ven esta tarde, sobre las siete, hablamos y te quedas a cenar.

   -Pero, tío… es importante.

   -Sea lo que sea no es para hablarlo por teléfono a las seis de la mañana.

   -De acuerdo, voy para allá.

   -¡Eh! No, no, no. No vengas. Tengo que dormir, nos vemos esta tarde –se decidió a colgar.

   -He recordado que había alguien más en la casa –dijo antes de que su tío colgara el teléfono-, creo que fueron asesinados.

   -¿Cómo? ¿Alguien más en la casa?

   -Sí, había dos hombres.

   -Está bien, ven a casa. Prepararé el desayuno.

   -Estoy ahí en diez minutos.

Colgó el teléfono y se vistió lo más rápido que pudo. Un par de minutos después, ataviada con un abrigo y una bufanda, salió de casa montada en bicicleta.

Bajo una densa niebla, que le helaba la cara y las manos, recorrió los escasos kilómetros que separaban su casa de la de su tío, maldiciéndose por haber olvidado los guantes. Llegó con las manos insensibles y agarrotadas por el frío, dejó la bici, como pudo, junto a la puerta de entrada y, al ver la luz del salón encendida, se acercó a la ventana. En el interior, su tío Edouard, terminaba de exprimir unas naranjas cuando oyó, a Juliette, tocar con suavidad en el cristal de la ventana.

   -Llegas justo a tiempo, acabo de preparar el desayuno –dijo un hombre alto, de ojos azules y pelo cano con entradas, al abrir la puerta de la cocina que daba al exterior, cerca de la ventana por la que Juliette miraba en busca de su tío.

   -Hola, tío Edouard. Siento mucho haberte despertado –se excusó, acercándose a la puerta donde él la esperaba-, pero es importante.

   -Vamos, pasa –le dio un par de besos-. Desayunaremos mientras me cuentas lo que ha sucedido.

Juliette cerró la puerta tras de sí y siguió a su tío, a través de la cocina, hasta la mesa del comedor, sobre la que la esperaba un zumo de naranja y un croissant con mermelada y mantequilla.

   -Cuéntame, ¿de qué va ese sueño que parece tan importante? –Preguntó sentándose a la mesa.

   -He soñado que estaba en mi cama y oía gritar a mamá. Después entraba un hombre que venía hacia mí y cuando estaba cerca abrió la boca enseñándome unos colmillos enormes. Parecía como si quisiera morderme, pero antes de que lo hiciera apareció otro hombre que lo empujó contra la pared.

   -¿Estás segura de que no es sólo un sueño?

   -Segurísima –tomó un poco de zumo-, el sueño ha sido el desencadenante del recuerdo, estoy convencida de ello. Lo ocurrido esa noche, ha vuelto a mi memoria como si nunca lo hubiera olvidado. Es por eso, que no creo que papá asesinara a mamá, creo que ambos fueron víctimas de esos hombres.

   -Es posible –admitió Edouard, cortando por la mitad el croissant.

   -Cuéntame una vez más lo que sabes del suceso –pidió Juliette.

   -¿Estás segura de que quieres oírlo? Es duro. Cada vez que lo recuerdo se me hiela la sangre.

   -Lo sé, pero necesito que me refresques la memoria, tú sabes mejor que yo lo que dijo la policía.

   -De acuerdo. La policía te trajo a la mañana siguiente del crimen y me contó que un vecino y su hijo habían encontrado muertos a tus padres y a ti dormida dentro de tu cama. ¡Oh, Dios! Estuviste meses como ida, mirando al infinito –recordó-. Debiste oír algo de lo ocurrido aquella noche, porque permaneciste como en estado de shock mucho tiempo. Creí que nunca te recuperarías –le cogió la mano a Juliette, mientras se esforzaba en no dejar salir las lágrimas de sus ojos.

   -¿Y qué te dijeron de lo sucedido? –Se interesó Juliette.

   -Dijeron que habían encontrado la casa patas arriba, como si hubiera habido una pelea. Tu madre estaba en el salón –se le quebró la voz-, con un corte en el cuello, de lado a lado, y tu padre en el pasillo con cortes en las muñecas y en el cuello. Como sabes, la policía determinó que tu padre mató a tu madre y que al darse cuenta de lo que había hecho se cortó las venas, pero debió resultarle una muerte demasiado lenta y decidió cortarse el cuello. Junto a su cuerpo había un cuchillo de cocina ensangrentado y las huellas de tu padre estaban en él.

   -Tú los conocías bien. ¿Sabes si se llevaban mal o tenían algún tipo de problema que hubiera llevado a mi padre a matarla?

   -No –negó con la mirada perdida sobre la mesa-. Aquella misma tarde habían estado aquí. No vi ningún comportamiento extraño entre ellos. Les dije que se quedaran a cenar, pero tu madre no quiso, dijo que quería darte un baño antes de la cena, así que se fueron pronto. Pero hay una cosa extraña que supimos por los periódicos.

   -¿Qué? –Preguntó expectante.

   -Cuando el forense examinó los cuerpos de tus padres no encontró sangre dentro de sus venas, lo cual hubiera sido normal si se hubieran desangrado, pero la sangre encontrada en tu casa era tan escasa que no explicaba el hecho de que no les quedara sangre en el cuerpo. Todavía tengo algún titular de esos periódicos guardados por alguna parte, espera un momento –se levantó de la mesa y empezó a abrir las puertas del mueble que tenía detrás de la mesa, repasando con el dedo los libros y carpetas que tenía dentro de cada compartimento-. ¡Aquí está! –Sacó una carpeta y volvió a su asiento-. Léelo tú misma –dijo entregando la carpeta a Juliette.

   -“Encuentran a una pareja degollada en su propia casa” –leyó en uno de los titulares al abrir la carpeta-. “Asesinato o vampirismo encubierto. A la pareja le extrajeron la sangre antes de matarla” –decía otro-. “Asesinato pasional o ritual satánico”. ¿Por qué nunca me has enseñado esto? –Preguntó asombrada por lo que leía.

   -No había necesidad de hacerte sufrir más. Hicimos lo que creímos que sería mejor para ti, por eso no lo has visto nunca.

    -¿Siempre estuvo en ese cajón?

    -No, claro que no. Lo tenía a buen recaudo para que no lo vieras. Lo puse ahí después de que te marcharas, un día en el que estuve dándole vueltas al asunto. La policía cerró el caso sin encontrar a los culpables.

   -Pero a mí siempre me dijisteis que mi padre mató a mi madre.

   -Sí, esa es la versión oficial. Las pruebas encontradas en la escena del crimen apuntan a tu padre, ya que no se encontró ni rastro de la presencia de otras personas, ni una sola huella que no fuera de tus padres. Por eso, a pesar de que ni la policía ni el forense pudieron explicar a dónde fue la sangre que faltaba, cerraron el caso como crimen pasional.

   -Pero, ¿y estos titulares? -Esparció los recortes de periódico por la mesa.

   -Especulaciones, habladurías, nada creíble. Escribieron muchas cosas sobre el tema, pero no aportaron ninguna prueba.

   -¿Y éste –le dio uno de ellos a su tío-, por qué dice lo de vampirismo encubierto? ¿O éste otro, de ritual satánico?

Edouard suspiró.

   -Siempre supe que mi cuñado no había matado a mi hermana, la quería demasiado para hacer una cosa así. Por eso, cuando leí lo que decían los periódicos, hice todo lo posible por encontrar al forense que llevó el caso, necesitaba que me contara que había de cierto en las filtraciones que llevaron a estos titulares. Conseguí dar con él y, después de muchos intentos, logré que me contara lo que había descubierto, a pesar de que el caso seguía bajo secreto de sumario.

   -¿Qué te dijo?

   -El hombre me confesó que era un asunto delicado y que al Estado no le interesaba que siguiera la alarma social que la extrañeza del caso estaba provocando, por lo que, lo más probable es que el caso se archivara como crimen pasional.

   -¿No te dijo nada más?

   -¡Oh, Sí! Me contó que era la primera vez que veía una cosa así. Que la hipótesis de crimen pasional cuadraba con la prueba de las huellas de tu padre en el cuchillo, pero que los cortes se hicieron post mortem para ocultar las dos incisiones por las que extrajeron la sangre. Eso es lo que se filtró a la prensa y por eso estos titulares.

   -Bueno y, ¿qué tipo de incisiones eran esas?

   -La huella de una mordedura.

   -¿Una mordedura? –Se extrañó.

Su tío asintió con la cabeza.

   -Sí, el forense dijo que mordieron a tu madre a ambos lados del cuello y a tu padre en las muñecas y en el cuello. Les extrajeron la sangre y después trataron de ocultarlo haciendo los cortes con el cuchillo, que evidentemente pusieron en la mano de tu padre para que encontraran sus huellas.

   -No tiene sentido. Me parece estúpido morder a alguien para sacarle la sangre. Es mucho más efectivo un corte o utilizar una aguja para extraerla si lo que quieres es conservarla.

   -Sí, lo sé. Eso mismo le dije yo al forense.

   -¿Y qué te dijo?

   -Que sospechaba de algún tipo de ritual demoníaco o algo así.

   -Y si el forense encontró pruebas que indicaba que había sido un asesinato, ¿por qué la policía no buscó a los culpables?

   -Lo hicieron, pero sin que nadie supiera que estaban investigando el caso en busca de un asesino, de lo contrario hubieran avivado los rumores sobre lo ocurrido.

   -¿Y qué encontraron?

   -Absolutamente nada. Después de lo de tus padres no hubo ningún otro suceso que pudiera relacionarse con la muerte de tus padres, por lo que la policía no tuvo nuevas pistas que pudieran ayudar a encontrar a los culpables.

   -Pero si hubo mordedura habría algún tipo de resto de ADN, con el que pudieran trabajar para encontrar a los asesinos, ¿no?

   -En aquellos tiempos eso no existía.

   -Es cierto, ¡menuda mierda! –Soltó impotente.

   -Según el forense; llegaron a la conclusión de que se trataba de algún tipo de ritual satánico y que posiblemente ofrecieron la vida de tus padres como sacrificio a Satán, llevándose la sangre para usarla en otros rituales.

   -No entiendo por qué mancharon el nombre de mi padre si las pruebas apuntaban en otra dirección.

   -Para no alarmar a la sociedad.

   -Pero, ¡no es justo! –Exclamó indignada.

   -Lo sé. Así funcionan las cosas en este mundo. Sí la policía hubiera confirmado las sospechas sobre vampirismo o ritos demoníacos que proclamaban los periódicos, se hubiera alarmado a la población y el pánico se habría adueñado del pueblo.

   -Pero, eso no es excusa para culpar a mi padre.

Edouard puso su mano en el hombro de Juliette.

   -Ya nada podemos hacer –dijo su tío-, olvida el pasado.

   -No es justo –se echó llorar.

Edouard se levantó de la silla y la rodeó con sus brazos, besándola en el pelo.

   -Tranquila, mi niña –volvió a besarla.

   -Los echo de menos –aseguró entre llantos.

   -Lo sé, yo también. No estás sola. Sé que no es lo mismo, pero nos tienes a nosotros.

   -Sabes que te quiero como a un padre y a mis primos como a mis hermanos, pero me hubiera gustado tanto poder crecer con ellos…

Edouard la abrazó con más fuerza.

   -Acabo de recordar que tengo algo para ti guardado desde hace mucho tiempo y me parece que es el momento perfecto para dártelo, creo que te gustará. Vuelvo en un minuto.

Juliette se quedó sentada, mirando los recortes de periódico mientras su tío se perdía escaleras arriba.

   -Hola, ¿qué haces aquí, tan temprano? –Preguntó su prima, una chica delgada, de mediana estatura y ojos azules, con pelo liso, castaño claro, al verla en el comedor.

   -Hola, Emilie –se puso en pie para saludarla.

   -Me he levantado para ir al baño y os he oído hablar –dijo todavía medio dormida.

   -Sí, necesitaba hablar con tu padre.

   -¿Pasa algo? Es muy temprano.

   -No, no pasa nada. He tenido un mal sueño y necesitaba hablar con el tío.

   -¡Ah! Tus pesadillas, otra vez. Debe ser un suplicio.

   -Sí, no sabes cuánto. ¿Y tú qué haces aquí? Creía que estarías en Bayona.

   -Me han dado unos días libres en las prácticas y he venido para poder estar con Rémy.

   -¡Lo he encontrado! –Afirmó Edouard bajando las escaleras.

   -¿Qué has encontrado, papá? –Le preguntó Emilie.

   -Un colgante de su madre. Lo guardé para cuando fuera mayor. Pero había olvidado dártelo –le confesó a Juliette, mostrándole el colgante de plata en forma de corazón.

   -Es precioso –aseguró Juliette.

   -¡Guau! –corroboró Emilie, impresionada.

   -Tiene una inscripción detrás: “Para toda la eternidad. Te amo Anne” –Leyó Edouard en el reverso-. Veamos cómo te queda.

Juliette se recogió el pelo y Edouard le puso el colgante alrededor del cuello. En cuanto la piel de Juliette entró en contacto con el corazón de plata sintió una pequeña descarga en el pecho y la imagen de Emilie frente a ella desapareció de su campo de visión, apareciendo, en su lugar, el interior del dormitorio de sus padres, en oscuridad casi absoluta. El corazón se le disparó de repente y el miedo se apoderó de su cuerpo mientras, mirando a un lado y otro, se acercaba a la puerta, intentando ver en la oscuridad. En cuanto salió al pasillo, se encendió la luz de la cocina y vio a Jacques, su padre, salir de ella con un cuchillo en la mano. Una sombra se movió tras él. Intentó avisarlo, pero alguien la derribó en el pasillo, antes de que pudiera decir nada. Se golpeó la cabeza contra el suelo, quedando aturdida. Sintió cómo la inmovilizaban contra el suelo. Abrió los ojos y gritó de horror al ver como tres hombres mordían a su padre en el cuello y en las muñecas. Una mano huesuda silenció su grito tapándole la boca. Forcejeó para intentar liberarse, pero la fuerza del hombre que la sostenía era superior a la suya. Una cara sonriente apareció frente a sus ojos. Reconoció de inmediato el rostro pálido y demacrado de aquel hombre. No le cabía duda alguna, se trataba del mismo que había visto entrar en su habitación siendo una niña.

Regodeándose en su supremacía sobre ella,  el malvado asesino le susurró al oído:


   -¿Estás lista para morir?..........................………………



(Madreselva)



4 comentarios:

  1. Mi pareja me regalo el libro estas navidades!! Me encanto el regalo y mucho más después de leerlo, sólo le puse una pega ya que tenia al autor delante desaprovecho la oportunidad de una dedicatoria!!
    Me ha encantado. Estoy deseando de seguir leyendo "Una ventana al Pasado".
    Enhorabuena !!!
    (Este libro no lo he leído me lo he bebido)

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  2. Muchas gracias por hacernos saber tu opinión.
    Nos alegra mucho que te haya gustado.
    Si quieres que te dediquemos el libro envíanos un correo con tu dirección a edicionmarsupio@yahoo.es y cuando pasemos por tu zona nos pasamos a dedicártelo.
    ¡Saludos!

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  3. Éste libro lo compré a una pareja que fueron a mi casa a ofrecerme lo. La verdad que he tardado bastante tiempo en empezar a leermelo, por falta de tiempo, pero hace 3 días decidí que era el momento y de lo unico que me arrepiento es de no haberlo leido antes, me lo he "comido" en 2 días. Es un libro que me atrapó desde el principio hasta el final y me dejó con ganas de más, me encanta la trama y estoy buscando la manera de hacerme con la segunda parte el único inconveniente es que me he mudado de Jerez y ahora vivo en Sevilla. En definitiva un libro espléndido por supuesto se lo voy a recomendar a todo aquel que pueda.
    Un saludo.
    Pd: espero poder leer muchos mas libros de este autor.

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    1. Hola Belén, esa pareja a la que le compraste el libro somos Cristina y yo, Juan Mejías, el autor del libro y Cristina, la correctora.
      Nos alegra mucho saber que te ha gustado.
      Con respecto a conseguir la segunda parte, aún no tenemos ningún punto de venta en Sevilla, sólo los tenemos en la provincia de Cádiz, puedes consultarlos en el apartado puntos de venta.
      Nos ha gustado mucho tu escrito, esperamos que pronto puedas continuar la lectura con la segunda parte de la historia.
      Un saludo.

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Muchas gracias.