Imagina que estás en tu casa, suena el timbre y vas a abrir la puerta alegremente. Tu puerta no tiene mirilla ni hay ninguna ventana cerca de ella que te permita averiguar quién está al otro lado.
Abres la puerta y te encuentras frente a una persona encolerizada que te da una bofetada y se marcha como si nada, antes de que te dé tiempo a reaccionar. Te quedas sorprendida y molesta, pensando: ¿por qué a mí, si yo no le he hecho nada?
Al cabo de un rato vuelve a sonar el timbre y piensas: ¿será otra vez el mismo energúmeno? No, no creo, debía ser un loco y me ha tocado a mí encontrármelo.
Así que pones tu mejor sonrisa, abres la puerta y otra persona encolerizada te suelta otra bofetada, te insulta con furia y se marcha.
Cuando aún no se te ha marchado la sensación de escozor de la mejilla vuelve a sonar el timbre. Te lo piensas dos veces. ¿Será otro imbécil? Y te convences de que no, no puede ser. No hay tanta gente mala en el mundo. Abres la puerta y ¡zas!, antes siquiera de ver la persona que está ante ti te suelta otra bofetada, mientras te mira como si fueras la escoria más inmunda del universo y se marcha murmurando improperios sobre tu persona.
Cierras la puerta y nuevamente te preguntas: ¿por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Intentas relajarte y olvidar lo sucedido. No tiene sentido darle vueltas al asunto y dejar que tres locos te amarguen el día. Pero, instantes después vuelve a sonar el timbre…¿irás a abrir? Seguramente no, ya tienes bastante con tres bofetadas injustas, si es alguien que realmente merezca la pena te llamará por teléfono o volverá otro día.
Si a ti, que estás en casa, protegida del mundo exterior no te gustaría que te abofetearan al abrir tu puerta, ¿por qué abofeteas al primer desconocido que llama a tu puerta? ¿Por qué presupones que viene a incordiarte, a molestarte, a dañarte, a timarte o a robarte? ¿No has oído nunca el refrán: se cree el ladrón que todos son de su condición?
La próxima vez que alguien llame a tu puerta piensa en ello. Si al abrir tu puerta no vas a hacerlo con una sonrisa sincera, sino con temor o desconfianza, mejor ni te acerques a ella, haz como si el timbre no hubiera sonado.
Evidentemente, el que llama a tu puerta quiere o necesita algo de ti, si está en tu mano ayudarle ayúdalo, si no lo está se sincera y amable explicándole que no puedes ayudarle. Lo entenderá y seguirá su camino en busca de quién sí esté en disposición de ayudarlo. Si actúas con amabilidad y sinceridad al cerrar la puerta te sentirás bien contigo misma y la persona que se marcha lo hará con la sensación de haber sido escuchada y tratada con amabilidad.
En cambio, si tratas mal al que solicita ayuda: ya sea verbalmente o con falsa amabilidad y gestos forzados, al cerrar tu puerta te sentirás inconscientemente como una escoria y acabarás de mal humor culpando al que te ha molestado cuando en realidad estás enfadada contigo misma por ser consciente de la mala persona que llevas dentro. Lo peor es que la persona que se marcha se sentirá menospreciada y engañada al percibir todas tus mentiras. ¿Qué necesidad hay de degradar aún más al que llama a tu puerta?, si está ahí no es por iniciativa propia, sino por pura y dura necesitad. Recuerda que hoy puedes que estés ahí arriba, pero mañana quizás tengas que ser el que va vendiendo por las puertas: ¿Cómo te gustaría ser tratada?
Ahora imagina que no puedes moverte de casa, no tienes en ella nada para comer ni puedes cocinarte nada, porque no tienes ni alimentos ni forma de cocinarlos y tienes hambre, así que te ves obligada todos los días a llamar a un servicio de comida a domicilio.
Mientras esperas que te traigan la comida suena el timbre y vas a abrir, recuerda que no tienes forma de saber quién está al otro lado de la puerta, Abres y en lugar de ser el repartidor es otro imbécil que te planta una bofetada en la cara y sale corriendo mientras te increpa. Al cabo de un rato, el timbre vuelve a sonar y piensas: éste sí debe ser el repartidor. Abres y nuevamente recibes la bofetada de un desconocido que se marcha rápidamente.
Empiezas a temer abrir la puerta, así que la próxima vez que suena el timbre, te aproximas al telefonillo del portero automático y preguntas quién es. En lugar de recibir una respuesta alguien te grita al oído tan fuerte que te entra un dolor horrible en el tímpano. Un rato después el timbre vuelve a sonar y temerosa descuelgas el auricular del telefonillo con la precaución de no acercártelo mucho a la oreja y vuelves a preguntar: ¿quién es? Acto seguido oyes un grito atroz y un montón de insultos.
Estás muerta de hambre y el repartidor no llega, cada vez que suena el timbre aparece un energúmeno que te grita e insulta a través del telefonillo o te zampa una hostia en la puerta. Te desesperas, no sabes por qué te ocurre a ti todo eso y piensas: ¿habré hecho algo para merecer esto y no lo recuerdo? ¿Soy una mala persona y estoy recibiendo lo que merezco? Pero, si los que me increpan no me conocen de nada, ¿cómo pueden saber si soy mala persona o no?
Estas desesperada y no sabes qué hacer. Tienes dos opciones: no volver a abrir la puerta y olvidarte de la comida que has pedido, por lo que acabarás muriendo de hambre o seguir aguantando improperios y bofetadas hasta que por fin llegue el repartidor con tu comida y, en tal caso, no volverás a hacer caso al timbre hasta que te veas obligada a pedir más comida.
Total que cansada de tanta hostilidad decides actuar antes de que te den otra bofetada mientras llega el repartidor. Te sientas a esperar en el sofá imaginando la forma de ser más rápida para dar la bofetada antes de que te la den a ti.
Suena el timbre, te levantas de un salto con el corazón a mil, tiras del pestillo, abres la puerta a toda velocidad y ¡zas!, le sueltas una hostia a la persona que tienes en frente Te sientes orgullosa de haber sido más rápida que él, pero mientras te regodeas en tu sagacidad te percatas de que la persona que está frente a ti lleva una mochila, se gira para marcharse y lees en ella “comida a domicilio”, pero ya es tarde. El repartidor indignado y temeroso huye de la loca que acaba de pegarle.
Quizás te resulte graciosa esta historia si no te identificas en nada con ella, pero en cuanto te toca un poco de cerca ya no es tan simpática o graciosa.
La historia es una metáfora sobre la necesidad alimenticia de una persona, pero no se refiere a la nutrición del cuerpo sino del alma.
Andamos por la vida intentando llenar nuestras necesidades: saciar el hambre con buenos alimentos, satisfacer nuestras necesidades sexuales, conseguir un trabajo que nos permita tener dinero y vivir bien, poder viajar en vacaciones, tener una buena casa en propiedad y si es posible una segunda en la playa o la montaña, pero no nos ocupamos de llenar nuestras necesidades emocionales correctamente y mucho menos de las espirituales, estás últimas quedan ocultas en un lugar oscuro dentro de un desván olvidado. Lo más importante es el éxito material, después irá el sentimental y el espiritual que son secundarios, terciarios o vete tú a saber qué lugar ocupará en cada uno de nosotros. Cuando hablo del sentimental no me refiero sólo a tener una pareja que nos quiera y a la que queramos, sino a mucho más, a querernos como persona justa y amigable, a ser capaces de tener empatía por los demás y a estar dispuestos a ayudar al prójimo en la medida de nuestras posibilidades sin esperar nada a cambio, sólo ayudar por ayudar. De eso trata el hambre de la protagonista, tiene su casa que representan los logros materiales: trabajo, dinero, éxito social y laboral, pero carece de alimento espiritual.
Todos y cada uno de nosotros somos esa mujer que espera que le traigan la comida que nunca llega, porque estamos tan inmersos en el mundo material en el que tenemos que defendernos del egoísmo de los que nos rodean que no sabemos distinguir entre el bien y el mal, entre el que viene a provecharse de uno y el que viene a aportar aquello que interiormente necesitamos y no podemos conseguir por nosotros mismos, porque estamos tan metidos dentro del mundo agresor que somos incapaces de ver la bondad que llega a nuestra puerta con el alimento que necesita nuestra alma. Ese alimento es la paz, la serenidad, la sabiduría contenida en las personas mayores o en los libros que defienden unos valores, una forma de ser, más simple, más sencilla, más espiritual.
Eso es lo que nosotros intentamos hacer cada día, llevar lo que hemos aprendido en forma de libro. Un libro que contiene conocimientos sobre una forma de ser, una forma de pensar, una forma de vivir y de actuar que es en esencia lo que interiormente todos tenemos y que muy pocos somos capaces de llegar a descubrir, porque para hacerlo hace falta mucha voluntad y tomar mucha distancia del falso mundo real que se nos vende.
Día a día, y cada vez con más frecuencia, cuando llamamos a las puertas, nos abren muertos de hambre que nos abofetean creyendo que vamos a abofetearles o gritarles al oído y ciegos de cinismo nos abofetean en la cara o nos gritan al oído. Nosotros nos marchamos doloridos, pero ellos se quedan sin su comida.
Quién sabe si algún día serán capaces de distinguir al repartidor del abofeteador de puertas y gritador de telefonillos, mientras tanto se convierten en lo que temen y nos lo arrojan a la cara tras cada puerta, días tras día.
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