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martes, 14 de mayo de 2019

Convaleciente por ataque de perro


Aquellos que sean supersticiosos pensarán que los días número trece de cada mes hay que tener mucho cuidado con dónde se va y qué es lo que se hace, pero lo cierto es que la superstición es sólo eso, una creencia absurda, al igual que tantas otras como el mal de ojo, los conjuros, los hechizos y las maldiciones que gente malintencionada se vanagloria o jarta de tener el poder para hacer daño con sólo desearlo.
Lo que en realidad ocurre en estas creencias es que la misma persona que se las cree permanece atenta a cualquier hecho negativo que pueda ocurrirle en la vida y acaba achacándolo y dando crédito a esa superstición, hechizo, mal de ojo, etc.
A todos nos pasan cosas desagradables todos los días y si permanecemos atentos a esas pequeñas “desgracias” diarias podemos acabar pensando que alguien nos ha mirado mal y si, además, tenemos la mala suerte de conocer a una de esas personas que engañosamente dicen tener poder para hacer el mal o para detectarlo y nos dicen que alguien nos ha maldecido, pues acabamos creyéndolo al ir encadenando cada suceso negativo.
Por el contrario, si nos centrásemos en las cosas buenas que nos pasan a lo largo del día podríamos llegar a pensar lo contrario, es decir, que estamos bendecidos y tenemos buena estrella.
Todo depende de cómo lo enfoquemos, porque incluso una aparente desgracia puede ser en realidad una oportunidad para mejorar, si la miramos desde una perspectiva distinta, más positiva e incluso a largo plazo.
Después de toda esta parrafada os contaremos lo que nos pasó ayer, lunes 13. Estábamos vendiendo libros por Medina Sidonia o mejor dicho intentando venderlos porque fue una de esas mañanas bastante penosas, pero como digo hay que verla siempre desde un punto de vista positivo, pues quizás la venta sea mala, pero es posible que hayas encontrado en tu camino una persona agradable, una ayuda inesperada o simplemente descubierto un bonito lugar que desconocías.
En definitiva, que llamando a las puertas, bastante desiertas, vimos a un perro Braco de color entre marrón y ceniza, cuyos ojos claros de un amarillo extraño y pupila negra y diminuta no nos quitaba la vista de encima desde que entramos en la calle.
Tras haber trabajado mucho tiempo en el zoo con animales, sabía que debía evitar mirarle fijamente a los ojos, así que opté por no prestarle atención, gran error por mi parte.
El perro estaba subido en lo alto de los dos escalones que daban acceso a su casa, cuya puerta estaba abierta y en su interior había otro perro echado en el suelo.
Tocaba llamar a la puerta en la que el perro vigilaba, me alejé todo lo que pude de la puerta, dejando al menos metro y medio entre el perro y yo. Miré al interior de la casa intentando no mirar al perro. De reojo lo vi bajar los escalones y moverse hacia mí, pero como intentando esquivarme, a pesar de que yo permanecía bastante alejado de él. Sin emitir un solo ladrido se deslizó por mi derecha como intentando esquivarme y, en cuanto lo perdí de mi campo de visión, me atacó. Me mordió la pierna derecha, abrió dos orificios en mi pantalón vaquero y clavó uno de sus colmillos en mi gemelo.
Fue visto y no visto, con la misma velocidad que me atacó, me soltó y empecé a gritar.  El dueño, un hombre de unos 30 años, salió al oír mis gritos. Me preguntó qué había pasado y cuando le enseñé el gemelo chorreando sangre entró en la casa y volvió con un paquete de pañuelos de papel y un bote de alcohol.

Escarmentado tras el atropello que nos sucedió en 2015 y que aún no se ha resuelto por incompetencia de abogados y otros problemas, cogí el móvil con la mano que me quedaba libre, pues con la derecha apretaba la herida sangrante con el papel impregnado en alcohol, y llamé a 091.
Me atendió la Policía Nacional de Cádiz (yo estaba en Medina), que me dijo que estaban muy lejos para ayudarme, que llamase al 062 o al 092.
Llamé al 062 y me salió la Guardia Civil de Puerto Real, que me dijo que estaban muy lejos para ayudarme y que llamase al 092.
Un vecino pasa y le dice al dueño del perro: “¿otra vez?”.
Llamé al 092 y me salió la Policía Local de Puerto Real, pero yo estaba en Medina, y me dijeron que no podían ayudarme, que llamase al 112.
Llamé al 112, le relaté el suceso y me pasó con el 061 de Puerto Real. El servicio médico me dijo que me enviaban una ambulancia desde Puerto Real para llevarme al hospital de dicha localidad y acto seguido me pregunta que si quiero avisar a la policía. Le dije a la chica que sí, que quería una patrulla de policía porque alguien tenía que levantar acta del suceso, así que me pasa con la policía de Sevilla. Desde Sevilla los agentes se sorprenden de que la llamada de Medina Sidonia les llegue a ellos, me ponen más problemas y al final les digo que he llamado a un montón de gente y nadie me da una solución, la pierna me sigue sangrando porque tengo un agujero en el gemelo. Les hablo de la ambulancia que me han dicho que va a venir de Puerto Real a recogerme y me dicen que no, que eso no puede ser, que me vaya hasta el centro de salud y que ellos ya tomarán la decisión que sea más adecuada.
A todo esto, la sangre sigue saliendo y tengo que ponerme un poco alterado para que al final decidan ayudarme. Les digo que si tengo que cruzar todo el pueblo para llegar al centro de salud con la pierna sangrando acabaré desangrado. Parece que eso les hace encender una lucecita en su cabeza y deciden ponerse en contacto con la Policía Local de Medina Sidonia y con el centro de salud para, por fin enviarme una patrulla y una ambulancia.
A todo esto, el tipo amable y dueño del perro que me atiende se empieza a mosquear, se altera y comienza a ponerse agresivo. Me dice que yo lo que estoy haciendo es un paripé para buscarle la ruina. Dice que si le pasa algo a su perro por mi culpa que me va a buscar dónde esté y me va a matar. Intentamos razonar con él y no hay manera, nos sigue amenazando con matarme si todo aquello desemboca en algo trágico para el perro. Dice que él es legal y que avisa, que no es ninguna broma, con las mismas dice que tiene que prepararse para ir a trabajar y se mete en su casa.
Tras un buen rato de espera, Cristina y yo permanecemos solos en la calle hasta que por fin llega la Policía Local. Le contamos lo sucedido, incluidas las amenazas y el dueño del perro vuelve a salir con los documentos del cánido en la mano, antes de que la policía llame a su puerta. Me pide disculpas por todo lo que ha pasado y le digo que lo que no puede hacer es amenazarme de muerte por algo que ha hecho su perro. Se vuelve a poner agresivo y les dice a los agentes que sí, que es cierto, que me ha amenazado y que cumplirá su amenaza como le ocurra algo a su perro.
Cristina intenta razonar con él y el policía le dice que es inútil, que esa persona no está bien de la cabeza y que ya lo conocen, que su perro no es la primera vez que muerde a alguien.
Llega la ambulancia y el conductor, muy amable, nos lleva al centro de salud, nos acompaña hasta el registro de admisión. Desde la ventana del centro nos muestra dónde está el edificio de la policía, nos acompaña hasta la sala de enfermería y nos muestra la consulta del médico al que tenemos que ir después. Un diez para el conductor de la ambulancia, personas así deberían abundar más en la sociedad.
El enfermero desinfecta la herida con agua oxigenada, aplica una pomada antibiótica al agujero y venda la pierna.
Pasamos al médico, se sorprende de que el mismo perro haya vuelto a la acción. Parece ser que lleva acumuladas bastantes mordeduras, pero sigue ahí, en la calle y sin bozal. Se limita a hacer el informe y tengo que ser yo el que le pregunte que si me tiene que poner la antitetánica y si necesito tratamiento antibiótico. Acaba reconociendo que sí, que es conveniente poner la antitetánica, pero lo hace porque yo se lo he recordado. En cambio, me dice que no necesito tratamiento antibiótico, que con que me curen en el centro de salud todos los días y me pongan la crema antibiótica es suficiente. Su recomendación no me convence, pero es el médico.
El enfermero me vuelve a ver y me pone la antitetánica. Cuando termina, le pido una piruleta y me dice, ligeramente risueño, que me la dan abajo, que él me puede dar un depresor lingual. Le agradezco el gesto, pero le digo que prefiero la piruleta, así que le deseo buena tarde y salimos por la puerta, dónde descubro que hay un hombre sentado en la sala de espera frente a nuestra puerta riéndose por mi broma. Al menos a alguien hemos alegrado hoy un poco la tarde.
Después vamos a la comisaría donde debemos entregar el informe médico para dejar constancia a las autoridades del daño hecho por el perro y nos dicen que si queremos tramitar denuncia.
Les digo que tras la experiencia con la “justicia” no me apetece meterme en problemas por un agujero en la pierna, un pantalón roto y unas amenazas verbales, pero que me preocupa que ese perro vaya por ahí sin bozal. No quiero que le pase nada al animal, pues al final los animales son el reflejo de sus dueños. Si el dueño es amable y tranquilo el perro es afable y tranquilo, si el dueño es nervioso el perro es nervioso y si el dueño es un energúmeno agresivo el perro es un energúmeno agresivo como fue el caso, pues la amabilidad inicial no era tal, sólo pretendía conseguir que me fuese de allí sin que nadie se enterase de lo que había hecho su perro.
Total, que les dije a los agentes que si el animal ya tenía denuncias puestas que no iba a poner ninguna, pero que si nadie lo había denunciado estaba dispuesto a pensármelo, porque, la próxima vez, en lugar de atacar a un adulto podría hacerlo a un niño y podría ser mortal para el pequeño. Nos dijo que tenía varias causas abiertas por distintos motivos, así que opté por no complicar más la situación.


Hoy hemos ido a mi centro de salud. El enfermero, me cura la herida y la cubre con un apósito para que no se ensucie. Le pregunto que si no me va a poner crema antibiótica y me dice que con el antibiótico que me haya dado el médico es suficiente. Le cuento que no tengo ningún tratamiento y se sorprende. Asegura que tras una mordedura es conveniente tomar un antibiótico, porque no sabemos lo que el perro pudiera tener en  la boca, que está muy bien que el animal estuviera vacunado, pero que eso no evita que nos pueda transmitir alguna infección. Nos pone el ejemplo de un paciente que lleva meses teniendo problemas con una mordedura producida por una persona, con lo cual la mordedura de un perro es aún más peligrosa.
Habla con sus compañeros y nos consigue una cita con el médico. Otro diez para el enfermero.
La doctora nos pregunta qué ha pasado y si el informe del ataque ya está hecho o debe hacerlo ella. Me pregunta que si ya me han curado o aún no. Le digo que sí y me dice que aún así necesita ver la herida (algo que el primer médico no hizo, se limitó a preguntar lo que había hecho el enfermero y pasó de ver, él mismo, el destrozo). La inspecciona y tras ver que tiene buena pinta me dice que la observe, que si cambia de aspecto, hay dolor o supuración que vuelva antes de la próxima revisión de enfermería si fuese necesario y acto seguido me receta un antibiótico para que lo tome los próximos 7 días.



Toda una odisea que nos ha partido la semana. Tendré que estar en reposo, al menos, hasta el próximo lunes, porque cuando ando un poco más de la cuenta la herida comienza a sangrar.
Pero como he dicho al principio de este escrito, no hay mal que por bien no venga. Es cierto que nos dificulta enormemente llegar a fin de mes, pero a cambio tengo tiempo para continuar con la finalización de la tercera parte.
Para todos aquellos que la estáis esperando, no sé si os habéis dado cuenta de que en el apartado de “La Mañana de Hoy. Luz” hemos ido añadiendo el título de nuevos capítulos desde el mes de febrero y es que hemos reducido los días que salimos a vender para poder concluir la historia lo antes posible.
Es duro, porque la falta de ingresos te hace tener que prescindir de muchas cosas y te altera los nervios al ver que no llegas, pero es algo que antes o después teníamos que hacer, pues sois muchos los que lleváis años esperando la última parte del libro. Esperamos que nuestro gran sacrificio tenga la acogida que creemos que merece el final de la historia.

Para finalizar, esperamos que la redacción de esta pequeña "tragedia" os sirva para saber qué hacer y qué no, si por desgracia os encontráis en una situación similar.

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