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miércoles, 18 de marzo de 2020

Reflexiones e indignación


Tercer día de confinamiento, salgo a la calle para ir al médico. Necesito que me recete unos analgésicos y por el camino me topo con una patrulla de la policía local y dos de la guardia civil. Nadie me para ni me dice nada: ¿por qué iban a hacerlo?, he salido para ir al médico, no estoy cometiendo ningún delito y termino la salida sin incidentes.
A las 17 horas  decido ir al supermercado. No he recorrido ni 100 metros cuando veo que una patrulla ha parado a un motorista. Sólo oigo que le dice que se ponga bien el casco y que vaya directo a casa. Miro la escena y el guardia del coche me da el alto. Espero a que aparque el vehículo  y se acerque a mí.
    -No entiendo por qué me para, voy al supermercado –le digo al chico de la moto.
    -Pues igual que yo –responde el muchacho, que se marcha en cuanto el agente le dice que puede irse.
    -¿A dónde va? –me pregunta en cuanto se acerca a mí, bien protegido con guantes y mascarilla, seguido por su compañero que también ha bajado del coche de la misma guisa.
    -Al supermercado –le respondo con la bolsa amarillo fosforito del Alcampo que llevo plegada en la mano, mientras pienso: es evidente a dónde voy, llevo una bolsa para la compra en la mano.
   -Usted no es de por aquí –me dice y me veo obligado a darle todo tipo de explicaciones que en realidad no deberían venir a cuento, pero el agente parece que se aburre y tiene que acosar al personal.
Tras el absurdo interrogatorio, ya sabe dónde vivo, por qué vivo ahí, a qué me dedico y adónde voy. Creo que no me llega a pedir el DNI para no tener que cogerlo y estoy seguro de que me he librado de que me ponga mirando a Cuenca y me haga una exploración rectal para ver si llevo armas de destrucción masiva en el intestino, porque teme que pueda ser portador del virus y lo contagie.
Una cosa es asegurarse de que la gente acata las normas de seguridad y otra muy distinta acosarlos como si fuesen delincuentes a punto de cometer un delito o terroristas con un cinturón bomba adosado a su cuerpo.
Si tienes dudas está bien que preguntes, pero no acoses a quién sólo intenta conseguir algo de comida.
Dos cientos metros más adelante me paró otra patrulla, de un cuerpo distinto, y me hizo la misma pregunta absurda, porque era evidente a donde iba con la bolsa en la mano, pero gracias a Dios se conformaron con mi respuesta y me dejaron marchar sin más problema, como debería haber hecho el agente inicial en lugar de extralimitarse en su cometido.
Me pregunto si someterá al mismo acoso a las personas que salen a sacar a su perro, ¿se imaginan?
    -¿A dónde va usted? –Preguntaría el agente con aires de superioridad.
    -Estoy paseando a mi perro –le diría la persona.
    -¿Es eso cierto? –Preguntaría el agente al perro para confirmar la versión del humano.
    -No señor agente –diría el perro-, me saca a pasear para tomar el aire. ¡Por favor libéreme de esta esclavitud! ¡Estos humanos ya no saben qué hacer para escapar del confinamiento, hoy es la octava vez que me saca!

Bromas aparte, está claro que debemos cumplir las normas que, según nos dicen, son para proteger la salud de todos los individuos y si es así no tengo ningún problema en acatarlas y si ese no es el objetivo real tampoco me voy a sublevar, porque ya sea por nuestra salud o por nuestra integridad física es mejor no llevar la contraria al poder, puesto que, tal y como está el patio, puedes acabar dando con tus huesos en la cárcel a la más mínima discrepancia.

Para nosotros es un engorro estar confinados, pero creo que es aún peor que nos traten como a criminales. Sea como sea, lo que es irrefutable es que desde que no salimos las calles están más limpias, excepto por las cagaditas de las pobres mascotas que los guarros de sus dueños no recogen. ¿Por qué a esos no los reprende ningún guardia, ni los persigue para adosarles una buena multa por no recoger los excrementos? Sería una buena fuente de ingresos para los ayuntamientos y obligaría a que la gente se concienciara. ¿Acaso no es un delito miccionar en la vía pública y no digamos lo otro? Si te paras a pensarlo, son millones de bacterias que cada día por cada perro, al menos dos veces diarias se depositan en la vía pública, sin contar los virus o los parásitos que pueden llevar como polizones, ¿qué pasa, qué eso no es una fuente de contagio? Lo es y muy grande, pero como no se contagia con la misma rapidez que el Covid19, pues no pasa nada. Pues para quien no se haya parado a pensarlo ahí va esta bomba: toda esa mierda lleva millones de gérmenes patógenos para el ser humano y como nos da asco procuramos no pisarlas para no llevarlas a casa, pero lo que no sabéis es que esas bacterias son esparcidas por las lluvias o por el simple rocío de la noche que moja la acera creando una película húmeda por la que las bacterias pueden desplazarse hacia zonas donde no se ve indicio ninguno de excremento, luego pasamos por ahí y nos lo llevamos en nuestros zapatos. Pero esto no es todo, cuando sopla viento parte de esa materia fecal es arrastrada por el aire y acaba entrando en nuestra nariz, nuestra boca, ojos, o impregnando nuestra piel y nuestras ropas. Después nos preguntamos por qué tenemos esta u otra infección, pues ahí puede estar la respuesta, pero tranquilos no es el covid19.
No recuerdo unas calles menos llenas de basura que cuando hace más de 30 años mi abuela y sus vecinas salían todas las mañanas a barrer y limpiar con lejía su parte de acera. No digo que retomemos las buenas prácticas cívicas de nuestras abuelas, que sería lo apropiado, pero por lo menos seamos limpios y depositemos cada tipo de basura en su contenedor correspondiente. Porque esa es otra, está el que todo lo tira al suelo y el que tiene un mínimo de conciencia, que lo tira todo al contenedor de orgánica. Todo por vagancia, porque no cuesta nada separar la basura y depositarla en su contenedor correspondiente, que encima la mayoría de las veces están unos al dado de los otros y si el del cartón o el vidrio está a 50 o 100 metros date un paseíto que es bueno para la salud. Pero no, los hay que se dejan una pasta en el gimnasio para correr en una cinta y luego les da pereza ir hasta el contener del vidrio o del cartón.
Hace ya un mes, hubo un derrumbe de basura que sepultó a dos trabajadores. Después la basura se incendió y los gases tóxicos llegaron a la población, que en seguida salió a manifestarse por la mala gestión de los residuos. Tenían toda la razón en ello, pero debían de mirar un poquito también su ombligo. Es cierto que la autoridad competente lo hizo mal, pero los únicos responsables de que esa basura existiera eran los ciudadanos que ahora se estaban comiendo los gases tóxicos y quién sabe si también bebiendo las aguas contaminadas. Si se hubieran dignado en separar los residuos y los hubieran depositado en sus respectivos contenedores, esa montaña tóxica sería una compostera gigante de la que se podría sacar toneladas de humus para fertilizar los campos en lugar de ser un peligro para la salud.
Otro beneficio del confinamiento es la limpieza del aire. En china han podido ver el azul del cielo después de décadas sin verlo, como suele decirse no hay mal que por bien no venga. Y no digo que haya que alegrarse por la epidemia sino que hay que intentar ver el lado positivo. Y es que es normal que el aire estuviese hecho una mierda, una vez más por nuestra vagancia. Cogemos el coche para ir al supermercado que está dos o tres calles más abajo y luego nos quejamos de lo caro que están los combustibles. Es lógico que suban, las grandes empresas sólo quieren beneficios y no se contentan con ganar mil millones al año, sino que al año siguiente quieren ganar dos mil millones y nosotros se lo ponemos a huevo. Mira como ahora el precio del petróleo está bajando, se usa menos el coche, bajan las ventas y como consecuencia se abaratan los precios, pero claro, da pereza ir a pie al supermercado, pero después mi hora del gimnasio que no me la quite nadie. ¡Somos literalmente idiotas! Y después del super tengo que recoger al niño del colegio, pobrecito, no vaya a ser que me lo secuestren por el camino o que se tuerza el tobillo por la caminata hasta casa, así que otra vez a por el coche. Seamos sensatos, si el niño tiene edad para tener móvil, ver por internet lo que le venga en gana y salir a la calle para estar con los amigo sin la supervisión de un adulto, tiene edad suficiente como para volver a casa solito y si no, pues te das un paseíto: haces ejercicio, fortaleces y estilizas las piernas y de paso recoges al niño del colegio. Te beneficias tú y lo beneficias a él, pues hace ejercicio contigo y le enseñas con el ejemplo. ¡Cómo va a hacer después caso en casa si al recogerlo lo estás tratando como si tuviese cinco años cuando ya es casi un adolescente! Quizás sea más alto que tú, pero si lo tratas como un a niño pequeño al evitarle que adquiera autonomía y responsabilidades, luego no te sorprendas ni te quejes si prefiere comportarse como el niño que has ido a recoger al cole.

Otra cosa que me resulta incomprensible de cómo se está tratando el tema de la epidemia son las medidas de protección que se están tomando, cuando se supone que a pesar de ser un virus muy contagioso resulta que para la mayoría, excepto para un grupo determinado de población que sí corre peligro, es como una simple gripe. No quiero decir que sean excesivas, toda precaución es poca cuando se trata de salud y es precisamente ese concepto el que me preocupa.
Hace una semana, Cristina y yo, al igual que otros muchos viandantes, caminábamos por la acera y en la acera de enfrente que daba paso una extensión de vegetación había dos personas ataviadas con mono blanco, guantes, gafas y mascarillas que no llevaban puestas, pero debían hacerlo mientras echan herbicida. Un producto tóxico para las plantas y para las personas porque de lo contrario, ¿por qué los operarios debían ir tan protegidos? Pues bien, corría el viento y todo el veneno acabó sobre Cristina, sobre mí y sobre el resto de los peatones. Nada más llegar a casa tuvimos que darnos una ducha y poner toda la ropa a lavar. ¿Qué pasa que no puedo pasear libremente por la calle porque hay un virus suelo, pero sí puedo caminar por donde se está echando veneno que me estoy comiendo literalmente? ¡Incongruencias de los gobernantes! Ambas cosas son igual de peligrosas y deben protegernos de ellas, ¿por qué entonces utilizar venenos para controlar el crecimiento de una hierba? ¿Y por qué nos empeñamos en matarlo todo con veneno? Utiliza medios más naturales y respetuosos con el medio ambiente y con las personas, que los hay. ¿No se puede desbrozar la hierba y ya está? Ah, no, que a la semana siguiente hay que volver a cortarla y con el veneno nos libramos durante unos meses el tener que contratar personal. Ahorremos dinerito de las arcas públicas que cuanto más ahorremos más incentivos tendremos a fin de mes los que lo gestionamos. No lo digo por decir, lo he vivido trabajando para la administración pública. Nos envenenan con herbicidas para ahorrar el dinero que después se va en incentivos y gastos innecesarios. Nos estafan en nuestras narices, pero no pasa nada, al año siguiente los seguiremos votando. ¡Qué va a ser de nosotros si no tenemos quien nos ordeñe! ¡Ve, veeehh!
Eso es lo que podemos ver a nivel de ciudadano, lo que no vemos, porque no lo tratamos directamente, son los venenos que echan a nuestra comida para evitar las plagas y no hablemos ya conservantes. Llegará el día en el que los cementerios estén llenos de cuerpos incorruptos, perfectamente conservados por Es artificiales. Si es que es normal que haya plagas cuando se cultivan hectáreas de una misma planta. La naturaleza es sabia y crea sus propios controles sobre la superpoblación de una misma especie, pero nosotros nos empeñamos en ir contra ella y sembramos tropecientas hectáreas de trigo, por poner un ejemplo, y la naturaleza dice: ¡el trigo nos invade! ¡A por él!... y los insectos que se alimentan del trigo empiezan a comer y como tienen comida de sobra empiezan a procrear y a procrear hasta hacerse una plaga que de forma natural neutraliza la expansión del trigo. A esto le siguen los pájaros que ven abundancia de insectos y se ponen a comer y a procrear y después vienen las rapaces y se ponen a capturar pájaros y al final el trigo es controlado, los insectos son controlados y los pájaros son controlados. Pero, ¿qué hace el hombre? Grita: ¡peligro los insectos se comen el trigo!... ¡veneno a discreción!... y matan a los insectos, los pájaros comen los insectos envenenados y también sucumben. Pero tranquilos, no pasa nada. Las grandes multinacionales tienen trigo de sobra para poder especular con él y vendérnoslo a precio de oro. ¡No! ¡No estoy sugiriendo lo que piensas! ¡Gracias a esas multinacionales nosotros podemos comer pan, pan envenenado, pero pan y a un precio superior al real, pero nos garantizan que nos muramos de hambre, de otra cosa probablemente sí, pero no de hambre, y además, ¡nos han librado de los molestos insectos y de esos estúpidos pájaros que me cagan el coche por la noche! Y ahora mejor todavía, están creando comida mutante que no pueda ser atacada por los insectos, no sé si será muy bueno, aunque si alguna noche descubro que puedo ver en la oscuridad por la luz que desprendo les daré las gracias porque así me ahorro encender la luz, que el recibo está cada vez más caro. ¡Veis! ¡Son todo ventajas!
Pero tranquilos, no nos preocupemos, mejor morir lentamente por el envenenamiento de la comida, del agua o del aire que respiramos que morir repentinamente por un virus.
Y si nos quedamos estériles como consecuencia de esos venenos, pues bien venido sea, tal y como está el mundo para que traer descendencia, le estaremos ahorrando sufrimiento a nuestros no futuros hijos.
Fuera ya de toda ironía, deberíamos replantearnos nuestra existencia en este mundo egoísta controlado por el dinero, representado por los todo poderosos banqueros y grandes mercados, no los de comida, si no los inventados para poder fabricar dinero con la especulación de los productos que necesitamos para vivir. Como nos está demostrando este virus, da igual el dinero que tengas, tus creencias, tu raza o tu inclinación sexual, para él todos somos iguales. Parece mentira que algo tan evidente deba demostrárnoslo un virus, cuando tendría que formar parte intrínseco de nuestro ADN mental.
Antes o después todos vamos a morir y yo prefiero ser recordado por mi simpatía (espero tener al menos un poquito) que por mi codicia, prefiero que me recuerden por aportar un granito de arena a facilitar la vida en este planeta que por ser dueño del mismo o de mil empresas. Prefiero disfrutar plantando un árbol que cuando crezca quién sabe si servirá para proteger del sol o de la lluvia a mis hijos o a tus hijos e incluso proveerlos de alimento, que ver como consigo que crezcan los números de mi cuenta bancaria, mientras contribuyo a la destrucción de las familias y del planeta.
Vivimos aislados del resto del mundo incluso en nuestro propio edificio, apenas nos relacionas con nuestro vecino de al lado y nos importa un bledo lo que les ocurra a los que están a cientos de kilómetros de nosotros, pero como estamos viendo ahora debe importarnos hasta el vuelo de una mariposa al otro lado del mundo, porque en su batir de alas, quizás nos esté alertando del peligro que se aproxima y del cual intenta escapar. Este planeta es esférico y al igual que si ponemos una gota de agua sobre un naranja y la hacemos girar podemos ver como la gota se reparte por su superficie, llegando a todas partes mientras la estemos moviendo, del mismo modo se comporta la Tierra y el perjuicio que hacemos en una parte de ella acabará llegando a nuestra puerta. Y cuando eso ocurra no importará que seamos multimillonarios porque quizás el que pueda ayudarte a salir del tormento sea el mendigo que te cruzas al ir a la oficina y al que miras con asco y desprecio.

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